Los investigadores del Instituto de Oceanografía Scripps de la Universidad de California en San Diego, midieron la cantidad de contaminantes orgánicos persistentes en 117 atunes de aleta amarilla o atunes claros, unos de los más consumidos a nivel global, pescados en 12 lugares distintos del mundo. Algunas especies de atún pueden tener hasta 36 veces más sustancias toxicas que otro.
Estos contaminantes son compuestos químicos tóxicos que generalmente no ocurren en la naturaleza, como pesticidas, retardantes de llamas y bifenilos policlorados o PCB, considerados por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) como uno de los doce contaminantes más nocivos fabricados por el ser humano.
Los científicos encontraron una mayor presencia de esas sustancias tóxicas en atunes procedentes de las zonas más industrializadas, como las costas del norte de América y Europa.
Según el estudio, el 90% de los atunes claros capturados en el Noreste del Atlántico y más del 60% de los pescados en el Golfo de México contenían niveles de contaminación que habrían desencadenado advertencias de las autoridades de salud para ciertos segmentos de la población, como las mujeres embarazadas y lactantes, entre otras.
Por el contrario, los que provenían del Oeste del Océano Pacífico tenían niveles de toxicidad más bajos, de acuerdo a los resultados del estudio, que fue publicado en julio en la revista Environmental Health Perspectives.
Una de las principales cuestiones que se desprenden de este estudio, según su investigadora líder, Sascha Nicklisch, está relacionada con los «los posibles peligros asociados con la presencia de estos químicos en nuestras fuentes de alimentación».
La científica dijo que todos los pescados analizados tenían un cierto nivel de contaminantes, aunque en la mayoría de los casos ese nivel estaba dentro de lo que se considera seguro.
Pero para algunos de los contaminantes detectados no había información regulatoria alguna en Estados Unidos como para poder hacer cálculos sobre recomendaciones de consumo.
Se desconoce con detalle qué impacto puede tener para la salud, ya que depende de la cantidad de exposición a las sustancias tóxicas.
El atún analizado en el estudio de la Univerisdad de California, Thunnus albacares o atún claro, es el segundo más capturado después del Katsuwonus pelamis o skipjack.
Estos atunes de aleta amarilla se encuentran en las aguas de mares tropicales y subtropicales de todo el mundo, pero al contrario que sus parientes de aleta azul, tienden a pasarse toda la vida en la misma región.
Por eso los investigadores pudieron determinar que su ubicación geográfica marca una diferencia en el contenido de sustancias tóxicas, así como en la cantidad de mercurio que tienen.
Su consumo es frecuente enlatado o fileteado, y además se utiliza para sushi y se sirve crudo en sashimi en la cocina japonesa. También es conocido por su nombre hawaiano «ahí».
La procedencia, clave
El estudio liderado por Nicklisch sugiere que el lugar de pesca debería ser utilizado por los consumidores como una herramienta para tomar decisiones y reducir la exposición humana a estas sustancias tóxicas.
Sin embargo, la información sobre la procedencia de los productos de mar es notoriamente turbia.
Se sabe que los tejidos grasos tienden a tener mayores concentraciones de contaminantes, por eso los pescados como el salmón y el atún pueden ser más vulnerables ante la contaminación en el agua, incluido el plástico.
La entrada de los productos tóxicos en nuestra cadena alimenticia empieza con el plancton, que puede asimilar contaminantes como el PCB o el mercurio de los sedimentos marinos. De ahí pasa al marisco, a los pescados pequeños y a los más grandes, y al final, al hombre.
En paralelo se da un proceso llamado «bioamplificación«: los peces más grandes tienen más mercurio en su organismo porque devoraron a muchos peces pequeños que, a su vez, absorbieron el químico que estaba en sus presas.